Retrato de mi ansiedad

Intento recordar cuál fué el momento de quiebre en mi vida, ese que me hizo caer en las más profundas sombras del espacio interior. Tuve mucho miedo, y ese miedo se fué apoderando de mi cuerpo y de mi mente en forma de ansiedad, como un tapado a medida, tenía que disfrazarse para penetrar bien profundo en los oscuros ríos de mis sombras y así recorrerme completamente.

De repente ese vértigo tan intenso, aplacaba mi llama vital, haciendo más oscuro mi caminar, no me dejaba respirar, me traía pensamientos de catástrofes proféticas, como si fuera una bruja intencionando todo lo malo que pudiera sucederme.

Así, sobreviví varios meses en soledad, esa soledad interna que no desaperece con compañía, y se expande cuando no encontrás afuera la melodía de esa canción que va sonando por dentro.

Cerrando los ojos, tapando los oídos y mordiendo los dientes, intentaba controlar mi destino; ¿que podría controlar yo en el vasto mundo de la vida? nada, pero agarrarme fuerte de esa ilusión, poniendole pausa a mi vida, evitaría que caiga en ese precipicio sin fondo. El problema es que estaba tan aferrada al control, como una criatura se aferra a su juguete favorito, y es cierto, no me iba a caer, pero tampoco iba a vivir, porque así en esa falsa seguridad de control es imposible avanzar, te estancas, te vas poniendo rígida, y todo tu Ser queda atrapado sin solución en la tristeza y el sufrimiento.

El fuego de mi pasión había quemado todos mis sueños que ardían esfumándose en cenizas, cenizas de frustraciones y ahora no quedaba nada, sólo un terreno inhóspito e infértil, donde nada puede brotar, solo el dolor de saberse vacía y el sufrimiento que repetía cada ciclo, una y otra vez.

Hubo momentos donde solo quería apagar mi cabeza, me replanteé muchas veces tomar la pastillita mágica, esa que te seda y te deja vivir en la ilusión de la felicidad eterna. No es que no la hubiera necesitado, simplemente observaba el mundo como una manada de zombies caminando hacia lugares donde yo no quería ir. Entonces pasé un tiempo completamente quieta, inmóbil, para mantener las aguas calmas, sufría menos, pero tampoco vivía, permanecía estancada hundiéndome lentamente como cuando te vas enterrando en la arena mojada a la orilla del mar.

Me sentía paralizada y necesitaba ayuda, esa mano que te saca del pozo, pero de mis entrañas no salía voz alguna, como cuando estás soñando y no podes gritar, de mi garganta herida y estrecha no podía pedirla. 


De repente alguien caminaba cerca, me vió, se acercó, ví su rostro luminoso y una gran sonrisa, y me empezó a preguntar que me pasaba. Ella observó como la punta de un ovillo de lana dentro de mi boca, ese ovillo estaba bloqueando mi garganta, empezó a tirar del hilo, lentamente, iba saliendo, mojado de tantas lágrimas y cuando pude hablar, le pregunté si había otro camino diferente donde ir, a lo que me respondió que hay infinitos caminos, y que sanando mi mundo interior iba a poder decidir cuál tomar con más Clari dad. 

Despacito saqué los pies de la arena mojada y los miré con mucha atención, observé cada detalle, como me enseñó el yoga, las uñas, el empeine, el talón, pude verme, real y absolutamente humana y aprecié las ganas que tenía de caminar en ese nuevo camino blanco.

Desde ese sitio, se abría ese camino blanco que irradiaba compasión y amor, y allí me estaba esperando un bello Ser, que con palabras floridas me invitó a caminar por ahí con una taza de cacao en sus manos, que la extendió para compartir.

Tomé la taza de cacao más inspiradora de toda mi existencia, no creo que ni la pastillita mágica me hubiese susurrado esos secretos tan profundos de mi alma, y pude ver y sentir almas afines caminando muy cerca, adelante, a los lados y atrás, intentando como yo, iluminar su vida con palabras floridas, nos sonreímos y apoyamos, nos vemos tal cuál somos, y, aunque a veces alguna tropiece por enredarse en sus decisiones mundanas, nos acompañamos y seguimos caminando, sintiendo las presencias como suspiros de alivio, porque es eso, es un gran alivio sentir a los demás, porque la soledad, a veces puede dañar el corazón, ya que es experta en evadir y en esconder el sufrimiento, dentro de la caja de hierro que construye en tu pecho, borrando de tu memoria los rastros de felicidad que pudiste haber vivido.

La sabiduría ancestral me acercó la llave de la caja de hierro y la abrí, respiré, contemplé, conecté, y aunque la caminata fué larga y el tiempo se estiró un poco, un día decidí tirar esa caja y construir un lecho suave como algodón donde podía apapachar mi corazón.


En todo el recorrido que aún sigo transitando, aprendí a abrir el pecho con confianza, inhalar profundo y derretirme en la exhalación, entendí la simbiosis que existe entre mis pies y la tierra que me sostiene, acerqué una llama al interior y cuando pude iluminar mi oscuridad tomando la fuerza de todos mis errores encontré mucha paz interior.


¿Qué fué lo que cambió? supongo que antes mi razón exuberante de EGO dominaba mi realidad, apagué la película un momento, para poder escuchar, sentí unos susurros que venían de mi cuerpo, empecé a subir el volumen, sentí el aleteo casí imperceptible, nunca conocí una sensación tan hermosa, una sensación de libertad absoluta para ser quien soy y desplegar mis alas.


Hoy, cuando veo una película dramática pongo pausa, respiro profundamente y vuelvo a esos susurros para recordarme que sigo siendo libre.

A veces me sale, a veces no tanto y rezo a mis ancestros para que me guien con la luz del entendimiento y la compasión de mi corazón.



PD: Con mi más profundo agradecimiento, honro a mi familia, a Clarisa y Alejandra que siguen con sus presencias acompaañandome en este tránsito del vivir.  



 

Comentarios

Entradas populares